Destripar
casi por dulzura
la posibilidad del tiempo,
reconocer en el mundo una conjetura inestable
el amasijo habitual
con que el paisaje nos infiere en lluvia;
lodazal atroz, cruenta belleza
o absurda lejanía,
devenir de vos,
unificación inabarcable de gráciles sonrisas
cayendo en un silencio de júbilo golpeado,
clamando por sombra,
por la sed engendrada en su misterio.
martes, 2 de febrero de 2010
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